sábado, 10 de marzo de 2012

Nuestro Amigo Trinidad.

Trinidad, así se llama nuestro amigo, ese amigo que con tan bonitas y amables palabras deleito a todos los asistentes en el día de la presentación de nuestra Marcha " Reina de los Ángeles".

Como mas de una persona me comento que no había podido escuchar las palabras por problemas de megafonía, pues aquí la cuelgo para que podáis leerla.



Tradicionalmente, dos han sido las metas más deseadas, más ansiadas por el ser humano: volar como los pájaros y ser dueño del tiempo, manejarlo, manipularlo a su antojo, pararlo en los momentos felices y acelerarlo en los penosos.
Pero resulta que el tiempo sólo tiene un dueño, y ese dueño no es otro que él mismo, así que cualquier intento de manipulación resulta siempre inútil, baladí. Es mejor dejarlo en paz y adaptarnos inevitablemente a su juego.
El tiempo, cuando se mezcla con los recuerdos, nos juega a veces malas pasadas trayendo a nuestra memoria momentos de sufrimientos, y otras veces nos satisface con aquellas vivencias cuyos recuerdos son sedantes y nos hacen felices. Y esto último me pasa a mí esta noche.
Hace ya la friolera de cuarenta años, en los albores de los años setenta del pasado siglo, arribó a esta bendita tierra de San Juan de Aznalfarache, a este querido Barrio Alto, un joven de 28 años que después de sacar unas oposiciones venía a prestar sus servicios como funcionario en el Aerodromo Militar de Tablada. En principio le aguardaba la barriada del Monumento, en la que un día accedería al alquiler de una de sus casas, pero entretanto se hacía necesario encontrar una vivienda en otro lugar. Y ese lugar fue la calle Burgos, de gratísimos recuerdos. Ya en el mes de octubre habitábamos en el 3º-J del número 4 toda la familia, el matrimonio y dos niñas pequeñas, de 18 y 4 meses. Fueron momentos difíciles, de apreturas económicas, pero también de felicidad, de mucha felicidad, de mucha ilusión, que la juventud puede con todo.
Y en esta querida iglesia de San José Obrero cumplíamos nuestras obligaciones litúrgicas como cristianos bajo la batuta y la orientación de aquel inolvidable párroco, don Antonio Gutiérrez, y de su ejemplar coadjutor, el sencillo, humilde don Francisco Turrillo.
Y al cabo de cuarenta años, cuando menos lo esperaba, mi nuevo amigo Dionisio Punta Larios me lanza el reto de presentar este acto cuaresmal y cofrade, lo que me hace volver a mis orígenes sanjuaneros en esta querida iglesia en la que me siento a gusto y feliz.
No quiero hacerme largo porque comprendo que estén ustedes ansiosos por oir el concierto y ver ese magnífico cartel que les ha preparado la Hermandad.
Claro, que ser breves en estos momentos resulta sencillo, porque presentar una banda de música de la categoría de la de Nuestra Señora de las Mercedes, de la localidad onubense –somos hasta paisanos- de Bollullos Par de Condado, resulta tan fácil que evita cualquier esfuerzo.
Voy a permitirme un símil, una comparación aunque estas a veces resulten odiosas, lo que no lo será en el presente caso. Me atrevo a decir que la banda de Nuestra Señora de las Mercedes es a la Provincia de Huelva lo que la del Carmen de Salteras a la de Sevilla, es decir, la mejor. Comprendo que soy subjetivo, pero creo que mi subjetividad no dista mucho de lo objetivo.
He tenido el placer de oir en muchas ocasiones a esta magnífica banda, no en balde ha participado en los desfiles procesionales de la prestigiosa Semana Santa de mi pueblo natal: Ayamonte. Y mañana mismo ofrecerá allí el tradicional concierto de Cuaresma que patrocina la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Semana Santa, y el Jueves Santo acompañará a mi querida hermandad de la Oración en el Huerto, Jesús Caído y Nuestra señora de la Amargura.
La banda Nuestra Señora de las Mercedes viene de cuna, de pueblo de artistas. No es normal que  un pueblo pequeño cuente o haya contado hasta con tres agrupaciones musicales, pero eso es así cuando un pueblo, una sociedad, es vocacional. Supongo que un tradicional regalo de Reyes en Bollullos par del Condado será un instrumento musical.
Y aquí, en esta tierra de exquisiteces cofrades, seguro que sentará cátedra y nos dejará a todos con las ganas de que un día vuelva a deleitarnos.
Pero de momento, vamos a hacerlo esta noche. Así que cumpliendo lo prometido, yo me paro y les dejo para que disfruten de la buena música en general y cofrade en particular.
Con todos ustedes, la banda de música Nuestra Señora de las Mercedes, de Bollullos par del Condado.
Cuando usted quiera, maestro. Nosotros esperamos ansiosos.


El cartel que acabamos de descubrir nos presenta a la Santísima Virgen en un bello trono que le han hecho sus hijos, apóstoles de este tiempo.

Pero no siempre contó la madre de Jesús con un trono, más bien lo contrario, su único trono fue un auténtico calvario, especialmente aquella noche infernal en que su Hijo fue hecho preso.

 ¿Dónde estaba la Virgen en aquellos trágicos momentos?. ¿En Betania, en casa de su amigo Lázaro?. ¿Escondida en algún lugar con los apóstoles?. ¿Regresó a Nazaret dando por terminada su misión junto a Jesús?.

Yo me atrevo  a afirmar que esta trágica noche la Virgen permaneció en Jerusalén, posiblemente perdida entre sus callejuelas, sin saber dónde estaba su Hijo.

Para comprobarlo opté por utilizar esa capacidad tan humana como alentadora: la imaginación. Y cual Caballo de Troya, imaginé un viaje en el tiempo trasladándome a la ciudad santa en busca de Ella.

Las calles de Jerusalén estaban vacías. Los judíos permanecían en sus casas ajenos a lo estaba sucediendo en el Sanedrín.

A lo lejos, divisé una silueta de mujer. Tenía que ser Ella, solamente Ella tenía razones suficientes y sobradas para deambular sola por aquellas calles solitarias.

Me acerqué y la observé detenidamente. No puedo decir qué edad aparentaba, quizá indefinida. Una larguísima melena, recogida con una cola, le descendía hasta la cintura como una cascada de azabache.

En su piel tatuada por los soles del éxodo, resquebrajada por las vigilias a la intemperie, bautizada por el estigma de un larguísimo sufrimiento,  aun se atisbaban unas facciones bellísimas, unos ojos que ya se niegan a segregar el bálsamo de las lágrimas, unos labios apretados y resecos a los que de vez en cuando acude una súplica apenas inteligible, casi de silencio, de ese silencio resignado de quien ya no tiene fuerzas para gritar su amargura.


La veo recostada sobre un viejo muro, exhausta tras su largo peregrinar, y su rostro se refleja por un segundo en el cristal de un furtivo rayo de luna, con un prestigio de camafeo roto, y sus ojos de córneas blanquísimas, agrietados de sangre, se remansan en la noche vertiginosa de túneles sin salida, en ese horizonte sin luz de la desesperación.

Se giró hacia mí y pude contemplar en su rostro una antigüedad de milenios, una genealogía de sufrimiento que se remonta hasta Adán, o quizás hasta el mismísimo Dios, que no hizo de barro y nos insufló su hálito.

Abrió los ojos cuanto podía y amagó un puchero que se quedó crucificado en sus labios. Esa mirada se clavó en mí y yo la interpreté como un reproche, y me hizo sentirme impotente, y apenas humano, y culpable de seguir vivo.

Y conquistado por aquel sufrimiento, por aquella soledad, por aquella infinita amargura, no pude por menos que decirle:

No sé lo que haría yo
para consolar tu pena,

Si pedir también socorro
en esta noche tan negra
o esperar la buena nueva
de que todo ha sido un sueño
y que de él tú despiertas.

O extender ante ti mis manos
en mil temblores envueltas
y limpiar tu bello rostro
con un pañuelo de seda
que sea bálsamo de amor
y consuelo de tu pena.

No sé lo que haría yo
para consolar tu pena.

Si vagar por estas calles
solitarias y desiertas,
en busca de lo imposible
que imaginarte pudieras.
O esperar el amanecer
por si nos trae buena nueva,
una señal, un suspiro
que la esperanza mantenga.

No sé lo que haría yo
para consolar tu pena.

Si buscar a los que huyeron
y el regreso les pidiera,
o quedarme aquí contigo
bajo este palio de estrellas,
compartiendo tu dolor
compartiendo tu tristeza,
a solas en esta vela
de luna pálida y triste
y de lágrimas de cera.

No sé lo que haría yo
para consolar tu pena.

Si quedarme junto a ti
y contarte una quimera
para que la noche pase
igual que pase la niebla
que nubla tu bello rostro
y marchita tu belleza.

O decirte: ven conmigo.

Y llevarte hasta mi tierra,
donde encuentres el consuelo
que necesita tu pena,
y allí sentarte en un trono
junto al río, en la ribera,
un trono de plata y oro,
un traje de encaje y seda,
revestido de suspiros
de amor en tu complacencia;
un trono de piedra y cal,
de río viejo y de estrellas,
de atardeceres de ensueño
de inusitada belleza.



Un trono que yo te haré
allá en mi bendita tierra:
mi San Juan romana y mora,
la de calles empinadas
y de murallas añejas,
la que mira siempre al río
y en sus aguas se contempla;
la de pintores de fama,
de músicos, de poetas,
de aceituneros antiguos
y trenes de ida y vuelta,
que se hizo dormitorio
abriendo a todos sus puertas.

Sí, Madre, vente conmigo
hasta mi querida tierra,
allí elevaré tu trono
de río, sol y suave seda.

Y te lo haré ubicado,
donde reina la belleza,
allá, en el Barrio Alto,
el que soñara el poeta
y quiso que fueras tú
de los Ángeles su reina.


Sí, Señora, ven conmigo
hasta mi bendita tierra.





2 comentarios:

KINI dijo...

Solo puedo decir una cosa, PRECIOSO, y la poesia a la Reina es maravillosa, BENDITAS las manos que escribieron frases de tal belleza.

Gracias tambien a Dionisio, porque aqueelas personas que no pudimos asistir, hemos podido disfrutar en alguna manera de aquellos actos que sin duda alguna fueron un deleite para los asistentes.

"Sí, Señora, ven conmigo
hasta mi bendita tierra".

Saludos... KINI.

Dionipunta dijo...

La verdad Kini es que fueron unas palabras muy bonitas, guisas lo que falto fue que la gente se callara un poco.